Hace relativamente poco cayó en mis manos un libro cuanto menos incómodo y me gustaría recomendarlo a todo aquel que tenga interés por nuestro sistema educativo y la educación en general. Sobre todo lo recomiendo a los profesores. Se titula El culto pedagógico[1] y el autor es el filósofo y profesor español José Sánchez Tortosa. Me topé con este autor hace unos años y leí con gusto quizá su ensayo más conocido El profesor en la trinchera[2]. En él, Sánchez Tortosa hace un análisis brillante sobre la situación actual de la educación y el papel del profesor. Cuando comencé la lectura del libro que me gustaría recomendarles pensé que sería la versión ampliada del libro anteriormente citado, o algo parecido. Y, lo cierto, es que me he llevado una sorpresa. No es un libro fácil. Y no es un libro cómodo. Quizá por eso quiero recomendarlo.
Este es un libro escrito por un hombre inteligente que está destinado a todo aquel que esté dispuesto a pelearse con cada párrafo, lápiz en mano. Y este es el único punto en el que quiero explayarme y quizá adelantarme a su lectura, el resto del libro se lo dejo a ustedes.
En El culto pedagógico Sánchez Tortosa explica un método mientras te hace entrar en el mismo. Por ejemplo, partiendo del famoso diálogo entre Sócrates y Menón acusa la importancia de que el profesor guíe al alumno a través de unas preguntas para reconocer la solución al problema que se había planteado (dialéctica socrática) y, en ese momento, el lector se convierte en el esclavo de Menón y Sánchez Tortosa en Sócrates. Qué manera tan maravillosa de escribir un libro sobre educación en el que el propio sujeto lector se convierte en alumno.
Todo esto salpicado de miles de ideas que no había escuchado nunca, ni durante un año cursando el máster en profesorado. Esto supone, para el profesor, hacer el camino del esclavo que se reconoce ignorante para entonces poder empezar un camino de conocimiento. Y el profesor puede hacer, de primera mano, la experiencia a la que todo alumno está llamado tal y como explica Sánchez Tortosa.
Primero te ves encerrado en un párrafo aparentemente sin sentido, con frases compuestas hasta con palabras complicadas o, mejor dicho, ordenadas de manera inusual para un pobre esclavo ignorante. La primer reacción puede ser arrojar la toalla, aparece el cansancio ante lo desconocido. ¡Con lo bien que yo estaba desconociendo esto!, ¿por qué dedicar mi tiempo a algo tan complejo, tan lejano? Si lo pensamos bien, es exactamente lo mismo que puede vivir un alumno en clase. Ante la exposición larga, a veces monótona e incluso pedante, del profesor, con un vocabulario que aún no domina y con ideas que todavía no entiende, el alumno se ve tentado. ¿No se estaba mejor en la cama hace una hora?, ¿no es mejor contemplar el infinito y quedarme con “mis cosas”?, ¿no es más fácil?
Pero volvamos al lector de El culto pedagógico. La necesidad de aprender, las ganas o quizá el orgullo hacen que nuestro lector decida no retroceder ante el párrafo. Y se pelea con él, como os decía antes. Se enfada, ¿por qué no entiendo esto? Desgrana la compleja sintaxis y relee pacientemente, incluso comienza a murmurar para escuchar lentamente las palabras. De pronto, con el café ya frío sobre la mesa y una hoja llena de garabatos ilegibles, se le ilumina la mirada. ¡Ah!, ¡quiere decir esto! Y sonríe entusiasmado mientras anota con fervor una idea más en esa hoja destrozada. Pero pese a que podría parecer que aquí ha terminado el trabajo en realidad no ha hecho más que empezar. Porque, ahora, ahora que entiende toca preguntárselo a uno mismo. ¿Tiene José Sánchez Tortosa razón?, ¿por qué dice esto?, ¿qué experiencia he hecho yo en clase? Suena el timbre y toca salir pitando al aula.
Lo mismo, señores, es lo que pasa en un alumno si realmente es educado o se deja educar. Ante la incomprensión mira al profesor con cara de preocupación, mira las soñolientas caras de sus compañeros, y está a punto de ceder. Su codo se apoya ya en la mesa para recibir el peso de la cabeza. Pero, de pronto, el profesor le reclama. Sí, el profesor. No sus ganas o necesidad de aprender, ni su orgullo, sino el profesor. Y le hace una pregunta, o le regaña. Y el alumno vuelve a estar en juego. Él no tiene un café sobre la mesa, pero tiene sus libretas y libros y un bolígrafo. Y si el profesor está presente empezará a pelearse con las preguntas. Ayudado, conseguirá ir esclareciendo algo que no le es impropio (¡lo puede conocer!) pero a lo que jamás habría llegado sólo. De pronto, tras muchos cálculos, la ecuación aparece clara ante sus ojos. Como nueva. Lo viejo, lo que llevaba en la pizarra tres cuartos de hora, de pronto es novedad. La mirada se ilumina, quizá hasta sonríe pícaro al compañero de al lado, y anota con mayor o menor delicadeza el hallazgo que él ha realizado. Y aquí es cuando el profesor debe forzar lo que a nosotros nos surgía de manera natural al leer a Sánchez Tortosa. “¿Preguntas?”. El alumno, ahora sí, puede convertirse en el protagonista de su educación. Ahora María puede desafiar a José Sánchez Tortosa. El alumno puede desafiar al profesor. Y, quizá, con el tiempo, ser mejor que él. ¿No es eso lo que deseamos para nuestros alumnos?
Lean el libro de Sánchez Tortosa. Y discutamos, pongámoslo a examen. Para algo somos profesores.
María Echanove Herce
Profesora de ESO Abat Oliba Loreto
[1] SÁNCHEZ TORTOSA, José. El culto pedagógico. Crítica del populismo educativo. Ed. Akal, Madrid, 2018
[2] SÁNCHEZ TORTOSA, José. El profesor en la trinchera. Ed. La Esfera de los Libros, Madrid, 2008