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Abia una vec… jugete… my ermano…

He aquí algunos de los numerosos gazapos que los profesores solemos corregir en los textos de nuestros alumnos. Hemos visto en tantísimas ocasiones mal escrita una palabra que incluso a veces nos ha surgido la duda: ¿la estaré escribiendo mal yo?

Como maestros nos esforzamos para que nuestros alumnos escriban bien y sean capaces de plasmar en el papel sus ideas con precisión, planificando el texto y respetando la ortografía. Nos formamos constantemente y buscamos la manera de ayudar al alumno a avanzar, a superar sus dificultades. Pero llega un momento donde ya no solo está en nuestras manos que el alumno mejore. Depende también de él, de su esfuerzo, de la atención que ponga a la hora de escribir. Incluso en aquellos casos en los que hay una dificultad manifiesta o diagnosticada: cada uno avanza en su medida.

Si lo pensamos fríamente, redactar sin faltas de ortografía implica aceptar que no podemos escribir de cualquier manera, que no todo vale, que tengo que dejar de escribir como yo quiero y asumir que solo hay un modelo correcto. 

En ese sentido, podríamos hacer un símil entre la ortografía y la vida diaria de los niños. Uno no puede hacer lo que le apetezca siempre que quiera. Muy frecuentemente nos vemos obligados a salir de nosotros mismos, de lo que ahora llaman la “zona de confort”, y hacer lo que se debe.

Qué importante es transmitir a los niños desde pequeños la virtud del esfuerzo, el compromiso, la voluntad y el respeto a las normas. Debemos enseñarles a encontrar la belleza en las cosas bien hechas, hasta en los detalles aparentemente insignificantes. Hasta en escribir bien la palabra “juguete” en la carta a los Reyes Magos.

Ana Marín del Val
Profesora de Primaria Abat Oliba Loreto