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La fuerza creadora escapa a toda denominación. Permanece en última instancia misterio. No sería misterio si no nos conmoviera hasta lo más hondo de nuestras entrañas. Nosotros mismos estamos cargados de esa fuerza hasta el último átomo de nuestro ser. No podemos formular su esencia, pero podemos aproximarnos a su fuente. Paul Klee, 1961.

Una vez me preguntaron en qué consistían los viajes de Fundamentos e Historia del Arte y acudió a mi mente el término peregrinaje. Peregrinar es ponerse en movimiento en la búsqueda de algo que deseamos encontrar, en nuestro caso, la experiencia estética, que es aquella experiencia de verdad, belleza y plenitud que emerge en el encuentro con la obra de arte. ¿Pero es esto posible entre nuestros adolescentes, esos seres tan profundamente distraídos por el proceso tecnológico?

Hoy más que nunca necesitamos urgentemente que nos suceda algo auténtico, algo real, algo que, como diría Baudrillard, no sea un simulacro. “Tenemos necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, es lo que pone la alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración” Lo que magistralmente define Pablo VI en esta breve cita es lo que misteriosamente sucede año tras año en estos viajes: no nos dejan indiferentes, mueven y conmueven los corazones de nuestros alumnos (y los de sus profesores).

Por ello constatamos que el arte es capaz de arrebatarnos de nuestras más profundas ensoñaciones y recolocarnos en el lugar que nos corresponde como hombres: la realidad, librándonos del yugo del recuerdo y de la tiranía del futuro, generando así tesoros para la memoria, dándonos una oportunidad para ser un poco más libres.

Andrea Gomes – Tutora de 4º de ESO – Abat Oliba Loreto