Me gustaría compartir con vosotros como durante todo este tiempo y a pesar de las circunstancias he tenido un conjunto de vivencias que me han servido para pensar, reflexionar y que me gustaría no olvidar.
El mundo de un día para otro cambió y nuestra ajetreada vida cotidiana, en un momento se paró. Pasamos de las rutinas a las que estábamos acostumbrados, de nuestro día a día, de nuestras obligaciones diarias, a una situación fuera de lo normal, una nueva realidad, impensable tiempo atrás.
Al principio lo viví con bastante incredulidad, no me lo podía creer ¿es posible que todo esto esté pasando?, con mucha preocupación e inseguridad ¿qué pasará a partir de ahora? Y con algo de miedo y de angustia ¿nos contagiaremos nosotros? ¿y nuestros seres queridos? Pero a medida que fueron pasando los días entré en paz, tranquilidad y confianza, que me ayudó a vivir esta situación excepcional como un “tiempo de gracia”, un “tiempo de reflexión”, una oportunidad para valorar todo lo que tengo y también lo que ahora no puedo tener.
La primera ha sido una experiencia personal, frente a toda esta situación de enfermedad, de soledad de las personas mayores, de precariedad de tantos trabajos, de personas cercanas que nos iban dejando, de la angustia de tantas familias, todo me ha hecho replantearme las preguntas de la existencia del hombre ¿para qué vivimos? ¿qué hacemos en este mundo? ¿A dónde vamos? Esta reflexión me ha ayudado durante estos días a recordar cual el sentido de la vida, el sentido de lo esencial, a trascender todo lo que sucede, a experimentar mi fragilidad, a pensar que la vida no depende de mí y que todo lo que sucede, Dios lo permite para bien, aunque a veces no lo entienda. Una nueva forma de vida, un aprendizaje para vivir el día a día sin miedo, sin proyectarme en el futuro, viviendo los acontecimientos según vayan sucediendo.
Otra ha sido una experiencia familiar gratificante, el aislamiento social nos ha llevado a una unión familiar. Ha sido un momento oportuno para pararme a pensar, a valorar y dar importancia a lo verdaderamente importante. He podido disfrutar de la vida en familia que en este tiempo ha sido más intensa que nunca, muchos momentos de convivencia diaria, de diálogo y comunicación, de hablar, de escuchar y de dar respuestas. Momentos de oración conjunta que hemos aprovechado como padres para seguir llevando a cabo la misión que se nos ha concedido de transmitir, acompañar y guiar a nuestros hijos en la fe.
Finalmente, una experiencia profesional. Nunca me hubiera imaginado tener que hacer de maestra desde la distancia. Un nuevo reto se abría ante mí. No ha sido fácil, desde el primer día tuve que cambiar de mentalidad, adaptarme a las nuevas circunstancias y buscar otra forma de enseñar que requería también de mucha implicación, tiempo y dedicación.
Mi pensamiento estaba en que me faltaba tener delante lo más importante, el centro y el motor de todo, los niños, sus miradas, sus sonrisas, sus abrazos, sus vivencias, sus travesuras, tenerlos cerca e interactuar con ellos. Me preguntaba ¿cómo puedo llegar a alcanzarles? ¿cómo transmitir sin ver? ¡Qué difícil se me hacía! Pero queriendo hacer mi trabajo lo mejor posible, me ponía delante del ordenador y les hablaba con entusiasmo, alegría y cariño, intentando llegar a cada uno de ellos.
La realidad era que los niños estaban lejos y la forma de estar cerca de ellos era a través del contacto constante con los padres, llamadas, mensajes, videos, fotos. Me emocionaba recibir palabras de agradecimiento, mensajes de cariño de parte de los niños y fotos realizando sus trabajos. Todo esto me mantenía activa y me motivaba a seguir adelante. Un día a la semana teníamos clase en directo, nos podíamos ver, eran para todos unos momentos emoción, a los niños les encantaba el encuentro con sus amigos, ver a su señorita, sus caras se iluminaban y en pocos minutos y con pocas palabras los niños transmitían ¡tantas cosas!
En este tiempo he podido valorar cada detalle que en el día a día del aula me parecían normales, he vivido con agradecimiento la vocación de maestra que se me ha regalado y he experimentado el sentido esencial de mi labor educativa, ser acompañante de mis alumnos, facilitadora de sus aprendizajes, pero sobretodo instrumento de donación para que se sientan queridos.
Elena Fernández – Tutora de Educación Infantil