Vamos a hablar de un tema muy polémico, las pantallas. Digo polémico porque viendo cómo va el mundo, viendo todos los avances tecnológicos que tenemos al alcance hoy día, lo lógico sería proclamar aquí las bondades de las pantallas: las tablets, los móviles, internet, etc. Pero en realidad hay que explicarlo todo, lo bueno y lo malo. Nadie discute que tienen su atractivo y que nos hacen la vida mucho más fácil. Cada día usamos herramientas tecnológicas de este estilo, a muchos nos ayudan en el trabajo, en las relaciones sociales y no hay por qué demonizarlas. Sin embargo, tenemos que valorar también el bien educativo que suponen las pantallas para nuestros alumnos. Se sabe bien que son adictivas y eso podemos comprobarlo en los numerosos estudios científicos que hay al respecto o, directamente, en la vida diaria en nuestras casas: nuestros hijos reclaman cada vez más este tipo de actividad; parece que ya no se divierten si no es con una pantalla de por medio.
Queremos que nuestros hijos tengan oportunidades en el futuro: aprenden inglés e informática para adaptarse a los nuevos tiempos, pero no hemos reparado en que los nuevos tiempos de las pantallas requieren también una educación. Se ha dicho que lo que más exige el mundo de ahora es la atención: la atención es un valor cada vez más buscado y nuestros alumnos corren el riesgo de perder capacidad de atención porque están acostumbrados al estímulo constante: luces, movimiento y piruetas para el sentido de la vista, pero no olvidemos que la pantalla no va a enseñar a relacionar, a estudiar, a ponerse cada día con esfuerzo. Y parece que las pantallas nos hacen un flaco favor a la hora de ganar concentración. Va pareciendo cada vez más necesario tener educación entre pantallas.
Además, cuando los adolescentes, ya incluso preadolescentes y niños, usan la pantalla como medio de relación social desvirtúan muchas veces esas relaciones. Hay amistades que ya no son relación entre dos personas, sino una mera comparación o contraste de las dos imágenes que dan de sí en redes sociales. Es curioso como “etiquetar”, que era un verbo tan negativo antes en las relaciones sociales porque nos impedía profundizar y aprender por encima de prejuicios, ahora sea una acción fundamental en redes sociales. Puede que las pantallas estén enseñando a nuestros hijos a vivir sólo entre etiquetas.
¿Pantallas en el colegio?
Desde el colegio, sabéis que tenemos proyectores, que la situación de la pandemia nos ha obligado a enseñar detrás de una pantalla. No hemos venido a negar su utilidad. Pero conocemos bien sus limitaciones, y también muchos padres nos hacen un diagnóstico parecido. Por eso, proponemos siempre una dieta controlada de pantallas: lo primero, antes de nada, es considerar que el uso de las pantallas está siempre sujeto a la autoridad de los padres, por mucho que el adolescente justifique la necesidad. Los límites son muy educativos, lo decimos los profesores, pero puede decirlo cualquier adulto, lo dice hasta Toni Nadal, el que fue entrenador de Rafa Nadal. Él decía que “lo que facilita en exceso, debilita en exceso” y vemos que no le dio mal resultado pensar así.
Por lo tanto, no debe parecernos raro que haya cierto control, ciertas condiciones para delimitar los períodos de uso de estos aparatos. Además, no olvidemos que tenemos al alcance muchas herramientas de control y de limitación con las nuevas tecnologías: existen los programas de control parental, que además pueden servir para tener conversaciones con ellos sobre la responsabilidad y la madurez, sobre el contenido de internet.
Hay un estudio de una marca conocida de maquinillas de afeitar que menciona que los hijos prefieren buscar la información en internet antes que consultar a sus padres. También es bien conocida la ignorancia de los adultos sobre un montón de herramientas online. El hecho de poner límites tiene que hacernos más conocedores de estas herramientas: no debemos restringir el uso de las pantallas sin saber, de hecho, debemos restringir porque conocemos sus cualidades y sus defectos.
Ahora mismo, el contenido en internet nos persigue. Ellos están muy implicados con Youtube, Tik Tok, y los videojuegos móviles. Ahora mismo la pantalla, sobre la que tenemos que poner limitaciones está siempre en el bolsillo. Y eso supone un reto para todo. Antes parecía fácil cerrar la habitación del ordenador, secuestrar la consola. Ahora además tenemos que poner normas para un instrumento que es muy útil para los padres: el teléfono móvil. Pues hay que poner normas sin miedo, los espacios más importantes de la casa en los momentos más importantes del día, pueden ser espacios y momentos libres de móviles: y a lo mejor dedicar la comida y un rato de sobremesa después a la relación con nuestros hijos y la de éstos con nosotros. Por las noches es importante cuidar las horas de sueño, no está de más establecer un toque de queda tecnológico, las pantallas apagadas a partir de ciertas horas. En el colegio, donde está prohibido el uso del móvil, tenemos buenas sensaciones, vemos que los adolescentes desarrollan esas capacidades de relación con los demás sin ayuda de una pantalla y eso es todo un reto.
Por otro lado, para que esta limitación funcione y sea educativa, es bueno que haya un consenso familiar en este sentido. El criterio en casa debe ser siempre el mismo, que haya un mismo rumbo en la gestión de estas nuevas tecnologías. Y lo más importante: el ejemplo, que no es el principal motivo, es el principal motor. Los adultos debemos moderar también el uso de las pantallas porque comprendemos su importancia y sus riesgos y, de paso, encarnamos el mejor ejemplo que mueve a los más pequeños de la familia a vivirlo igual, a generar hábitos similares. Parece imposible que un joven esté dispuesto a renunciar si no ha visto la renuncia en los adultos. No digo yo que el hecho de que los adultos cumplamos vaya a garantizar que los adolescentes cumplan, pero sí es seguro que nuestro ejemplo no repercutirá en el adolescente en absoluto si nosotros no creemos en las razones de la educación entre pantallas.
Jaime Pérez Laporta (Tutor de Secundaria del Abat Oliba Loreto)
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