A partir del año y medio hasta los 4 años aproximadamente es muy habitual que los niños tengan rabietas. Esta acción entra dentro de la normalidad. Es cierto que a pesar de que nos puedan resultar cansinas y desagradables son un momento idóneo para educar a nuestros hijos y que el día de mañana sepan actuar frente a las frustraciones que puedan tener a lo largo de su vida. Cuando veamos venir una rabieta, estaría bien estar preparados para actuar.
Fases de las rabietas
En cuanto empieza el berrinche lo primero que nos ha de venir a la mente es la palabra paciencia. Actuar de manera impulsiva o aplicando la famosa acción-reacción, suele acabar sin dar fruto educativo. Debemos estar tranquilos para tomar el control de la situación. Una vez estamos mentalizados, podemos actuar de la siguiente manera:
Ofrecer al niño una alternativa atrayente para que deje su objetivo en segundo plano. Siembre habrá que hacerlo con un tono sereno y tranquilo. Si, por ejemplo, quiere galletas antes de cenar y le hemos dicho que “no” y empieza a insistir, podríamos proponerle que juegue con su coche preferido hasta que le llamemos a cenar.
Y si persiste y decide insistir en las galletas le explicaríamos por qué no puede comerlas, con tono sereno, seguro y cariñoso, de una manera clara y que pueda entender. Por ejemplo: “Dentro de muy poquito es la hora de cenar y si come las galletas ya no tendrás hambre.” Pero si no le sirve la explicación o ni la escucha, su insistencia irá aumentando.
Puede que la rabieta ya empiece a ser más intensa y empezaríamos a ver un sinfín de reacciones descontroladas como gritos, que se tire al suelo pataleando, mucha rabia… En ese momento es prácticamente imposible hacerle entrar en razón y por eso deberíamos esperar tranquilamente prestando atención, pero sin que se dé cuenta, a que no se haga daño ni él ni a nadie de su alrededor. Si por ejemplo tirara un zapato por los aires y cerca hubiera un cristal, sin dar explicaciones lo cogeríamos y lo pondríamos en un sitio que no esté a su alcance. Hay que saber que cuando llegan al límite suelen bajar su insistencia e incluso pueden llegar a dormirse ya que han descargado mucha energía.
¿Perdonamos las rabietas?
Si viésemos que el niño se acerca a nosotros en son de paz, deberíamos aprovechar la situación y para estar receptivos y cariñosos, sin reprocharle nada. Pues con ese gesto está pasando por encima de su orgullo y es un signo muy significativo en su autogestión de sus impulsos.
Puede que el niño pierda del todo su control y no se acuerde ni de porqué estaba enfadado. Es probable que esa rabia no le haga controlar sus reacciones y esté totalmente abducido por la ira; en ese caso no podemos dejarle solo. Le vamos a ayudar porqué por mucho que él quiera estar bien y olvidarse, no puede. Por eso lo debemos abrazar haciéndole sentir seguro. Seguramente al principio no quiera ni que nos acerquemos y nos rechaza. Pero si mantenemos ese abrazo con cariño y tranquilidad, el niño se empezará a relajar y poco a poco volverá a ser él.
Cuando se acaba una rabieta es importante tener en cuenta dos cosas. La primera es que el niño no se puede haber salido con la suya; y la segunda, muy importante, es olvidarse de lo que ha pasado. No le reprochemos nada y no volvamos a sacarle el tema. Nada de: “Si hubieras hecho caso antes mira hubieras estado contento antes”. Mantenernos firmes en una decisión. No cambiemos nuestra opinión para complacerle, así haremos de nuestros hijos, niños seguros ya que experimentarán que sus papás no han tenido dudas. Esta labor, poco a poco irá forjando una base que ayudará a adquirir mecanismos para afrontar adversidades y frustraciones a lo largo de su vida.
Esther Manen (Tutora de Educación Infantil del Abat Oliba Loreto)
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