Es viernes, 16:50 h. Salgo de una entrevista con los padres de un alumno. Cansada, pero contenta.
No ha sido precisamente fácil: diferencias en la percepción de algunas situaciones, momentos de complicidad, discrepancia en algunos temas… un diálogo intenso. Finalmente, la confianza mutua nos ha permitido llegar a puntos de encuentro, porque todos perseguimos –aunque a veces por caminos diferentes– un objetivo común: el bien del niño.
Educar es vivir una experiencia juntos. Y sin la implicación de los adultos, es imposible una verdadera educación.
Padres y maestros tenemos la responsabilidad y el privilegio de acompañar a los alumnos en su crecimiento a lo largo del proceso educativo. No hablo de derechos y deberes. El término “derecho” puede encerrar un matiz de egoísmo, algo que nos es debido; y “deber” se puede interpretar como una obligación o una carga. Por eso prefiero hablar de responsabilidad y privilegio, porque nuestra tarea tiene mucho que ver con la entrega y el amor.
Un niño crece de la mano de un adulto, lo necesita físicamente para no caerse, para levantarse, para superar un obstáculo. Y esta misma necesidad se manifiesta también a nivel emocional, intelectual y afectivo.
Los adultos que acompañan a ese niño y le tienden la mano son fundamentalmente sus padres y sus maestros. Si cada uno tira de él en una dirección diferente pueden suceder dos cosas: en el mejor de los casos, el niño no se mueve; en el peor y por desgracia más habitual, el niño se “rompe”.
Esta imagen nos puede ayudar a entender que para educar es necesaria una unidad de criterio. Creamos inseguridad en los niños si, ante un mismo tema, los padres dicen una cosa y el colegio otra. Esto no significa que no pueda haber discrepancias, pero la proximidad y el diálogo podrán ayudarnos a acercar posiciones.
El hecho de traer a un niño al colegio es en sí mismo una muestra de confianza, pero esta confianza no puede –ni debe– ser ciega. Hay que materializarla cada día; por eso la comunicación entre las familias y el colegio es fundamental. Hemos de ser capaces de transmitir lo bueno y lo malo, lo que puede mejorar y lo que no debe repetirse. Toda tarea educativa parte de la posibilidad de hacer las cosas mejor y, por tanto, de la necesidad de conocer y reconocer los errores.
En resumen, el éxito educativo se articula en torno a un equipo docente unido y a una relación fluida y cercana con las familias para trabajar en la misma dirección.
La vida siempre pone a prueba el criterio educativo con que padres y profesores afrontamos los diferentes acontecimientos que nos toca vivir. Por eso nos necesitamos.
Desde la escuela podremos hacer muchas cosas, pero nunca podremos conseguir nuestros objetivos sin vosotros, sus padres. Gracias por vuestro apoyo y dedicación. Nos vemos en la próxima entrevista.
Pilar Moreno- Directora Académica de Educación Infantil y de Primaria- Colegio Abat Oliba Loreto.